Zurbarán fue un genial pintor de la época barroca española. Vivió durante el siglo XVII, es decir, en el primer Barroco. Fue coetáneo de los grandes pintores del Siglo de Oro, como Velázquez, Murillo, Ribalta y Ribera.
Su estilo se mantuvo prácticamente invariable, mientras que el de los
anteriores iba evolucionando. Esta inmovilidad fue durante varias
décadas el secreto de su éxito, pero terminó por condenar su carrera
artística. Hijo de un comerciante o tendero, nació en Fuente de Cantos
(Badajoz) en 1598. De sus primeros años nada se sabe, aunque podría
suponerse que el padre deseara transmitirle el negocio y, por tanto, lo
educara en el mismo. Sin embargo, en 1614 Pedro Díaz de Villanueva,
pintor de Sevilla, lo toma como aprendiz con 16 años, durante 3 años.
Desconocemos los motivos que llevaron a su padre a inscribirle en este
taller, pues lo normal era que existiera una vinculación familiar con el
gremio en el que se desarrollaba la formación profesional de los
jóvenes. Tal vez unas excepcionales dotes para el dibujo inclinaron a
sus progenitores por esta profesión.
Cuando Zurbarán comienza de
aprendiz, el panorama artístico de esos años era muy fértil. Sevilla
era una ciudad próspera y la producción de pintura y escultura marchaba
a un ritmo espectacular, apoyado por los encargos de la clientela
religiosa y las ventas de pintura a América (todos los barcos rumbo al
nuevo continente partían de esta populosa urbe). Las principales
personalidades artísticas del momento eran Francisco Pacheco, Juan de Roelas y Francisco de Herrera, el Viejo.
De estos tres, el más importante sin duda era el taller de Pacheco,
quien quería dotarlo de rasgos de Academia, a la manera italiana. Siendo
el taller de mayor éxito, encontramos en sus jóvenes aprendices a
personalidades de la talla de Velázquez, quien figura en el taller de
Pacheco en el año 1610, con 11 años; esto nos indica que cuando Zurbarán
se inicia como aprendiz con 16 años, Velázquez, de 15 años, ya lleva
estudiando cuatro años.
Al terminar el aprendizaje,
Zurbarán no regresa a su pueblo, sino al vecino: Llerena. Se establece
con 18 años como pintor . Sus primeros
encargos para Llerena consisten en pequeñas obras secundarias y en
algunos diseños urbanísticos: una fuente, por ejemplo, para la plaza.
Sin embargo su talento comienza a ser conocido: en 1626 recibe un
encargo para el convento de San Pablo el Real de Sevilla, de nada menos
que 21 lienzos. El gran número de lienzos indica que Zurbarán ya había
formado un taller para satisfacer todos los encargos, y que bajo su
dirección trabajaban varios oficiales y aprendices. De otro modo, al
pintor le hubiera resultado imposible terminar el trabajo a tiempo. Si
pensamos que Zurbarán era un pintor todavía joven y relativamente poco
conocido, puede sorprender la importancia del encargo. Una explicación
podría encontrarse en el competitivo mercado sevillano: la producción de
pintura se encontraba monopolizada en los talleres de los grandes
maestros reconocidos (Pacheco, Roelas, Varela, Legot,
Herrera...) y por tanto sus precios eran muy altos. El joven extremeño
poseía la habilidad y los recursos humanos para llevar a cabo la obra
por mucho menos dinero. El precio de los 21 lienzos sumaba un total de
380 ducados. Como comparación mencionaremos que tan sólo tres años más
tarde, afincado ya en Sevilla con su taller, Zurbarán cobró por 22
lienzos la cifra de 1.500 ducados. Se ha dicho que Zurbarán era increíblemente
desmañado a la hora de construir los espacios, y esto se mantendrá
constantemente en su pintura. La abundancia de personajes le bloquea y
se muestra incapaz de ordenarlos coherentemente en un espacio realista.
Las leyes de la perspectiva y la proyección geométrica descubiertas en
el Renacimiento
se le resisten, por lo que sus espacios carecen de profundidad u orden.
Estas carencias las compensa con las otras características: su
minuciosidad consigue plasmar telas, cacharros, cabellos, pieles, como
si pudieran palparse, tan reales como la vida. Los rostros son
penetrantes, animados, diferentes por completo a las expresiones
acartonadas de otros pintores de su taller o de la propia Sevilla. Por
último, poseía una particular concepción del color, que le llevaba a
colocar juntos colores que tradicionalmente se consideraban contrarios,
pero que bajo su mano parecían armónicos. Recurrió a gamas brillantes y
alegres, poco frecuentes, como los púrpuras, morados, verdes esmeralda o
amarillos limón. De los 21 lienzos de este importante encargo se
conservan varios: la Curación milagrosa de Reginaldo de Orléans, Santo Domingo en Soriano, y tres Padres de la Iglesia, San Gregorio, San Ambrosio y San Jerónimo. El año siguiente a este trabajo, 1627, pinta el maravilloso Crucificado del Art Institute de Chicago. En él se enfrenta y apropia del decálogo del Naturalismo tenebrista. En efecto, este estilo del Barroco italiano
caló profundamente en la sensibilidad pictórica de Zurbarán, quien lo
adoptó como estilo propio a lo largo de su carrera.
La obra de mayor
referencia para Zurbarán fue la de Caravaggio
por un lado; por otro, la llegada a Osuna de un cargamento de lienzos
que había encargado el duque de Osuna le hizo conocer la obra de Jusepe
Ribera, el Españoleto, protegido del duque, con quien encontramos las
mayores consonancias estilísticas. En 1628, Zurbarán aún aparece como
vecino de Llerena, pero residente en Sevilla. Ya tiene claro que su
objetivo es la capital: este mismo año firma el contrato para 22 lienzos
en el convento de la Merced Calzada, comprometiéndose a pintar todo
aquello que el padre comendador le ordene: le suministraron textos eba a sus oficiales, por lo que el taller de
Zurbarán dejó su huella en toda la comarca andaluza. El taller de cada
maestro tenía su forma particular de pintar, que podía o no estar de
moda, pese a seguir un estilo común. Los modelos que se practicaban en
el taller de Zurbarán dependían normalmente de estampas y dibujos
ajenos, brindados por los comitentes del lienzo, que normalmente
resultaban ser teólogos. Uno de los temas de mayor éxito era el de
Cristo en la cruz. Casi todos los Crucificados son de cuatro clavos en
este momento, por influencia del prestigioso taller de Pacheco (podemos
ver como ejemplo el Cristo de Velázquez). Otro tema predilecto de Zurbarán era el de los corderos
trabados: funcionaban como símbolos del sacrificio pascual. El blanco
de su lana encarna la pureza y la victoria de la vida sobre la muerte.
Pero al mismo tiempo eran bocetos y estudios preparatorios para lienzos
de mayor tamaño que incluían corderillos como motivos secundarios. Estos
modelos contribuían cada vez más a incrementar la fama de Zurbarán,
hasta el punto de que en 1634 Velázquez sugiera a la Corte madrileña (de
la que se había convertido en pintor del rey) que le llame para
colaborar en la decoración del Palacio del Buen Retiro, mandado levantar por Felipe IV.
Se encargó de los Trabajos de Hércules (10 en lugar de 12, porque sólo
se disponía espacio en las sobrepuertas del Salón de Reinos para 10) y 2
lienzos sobre el Socorro de Cádiz (1 perdido).
Estos dos lienzos se
inscribían en una serie de batallas famosas, entre las que se cuentan
por ejemplo Las Lanzas de Velázquez, junto a obras de Carducho, Cajés, Maíno y otros. Como ya se ha mencionado, de los dos lienzos de Zurbarán tan sólo se conserva la Defensa de Cádiz.
Tras este trabajo, en 1634 regresa a Sevilla y en la documentación de
algún encargo posterior figura como "pintor del rey".Tantos éxitos
favorecieron su introducción en el mercado trasatlántico. Su comienzo en
la exportación a América tuvo principalmente razones económicas, puesto
que los lienzos conseguían unos precios altos, lo cual compensaba el
enorme riesgo de la transacción: por un lado que el barco llegara a
puerto sin contratiempos para la mercancía; por otro, que los lejanos
clientes cumplieran con los pagos estipulados. Ejemplo de estos riesgos
comerciales lo constituye la primera remesa de cuadros que Zurbarán
envió a América, completamente perdida. El capitán del navío,
Mirafuentes, los desembaló y adornó con ellos el barco durante una
fiesta en plena travesía. Era una serie de vírgenes santas: aspecto
hermoso y juvenil, engalanadas con lujosos trajes, muy apropiado para la
fiesta. El desembalaje y la fiesta posterior provocaron daños
irreparables en los lienzos, que jamás fueron cobrados por el pintor.
Sin embargo, en otros casos tuvo más éxito. Zurbarán recibía abundantes
encargos en esta época, incluso se le encomendó la decoración de un
barco en 1638, para una fiesta que iba a celebrarse en el Buen Retiro de
Madrid. Este mismo año de 1638 firmó uno de los contratos más cruciales
para nuestro conocimiento de Zurbarán y el arte del momento: la serie
conventual del monasterio de Guadalupe. Lo que la hace única es que se
ha conservado intacta in situ, siguiendo la colocación original del
siglo XVII. El ciclo estaba dedicado a la Orden jerónima y a su
vinculación tradicional con la Corona española. Los lienzos tenían un
carácter histórico-legendario. Su estilo se parece más que nunca al de
Ribera.
En esta plenitud, en 1639 muere su esposa Beatriz. La obra de
los años siguiente refleja lo visto y aprendido en Madrid, especialmente
composiciones de Bartolomé y Vicente Carducho,
así como el color y el paisaje atmosférico de Velázquez. La década de
1640-1650 se inicia con un declinar de los encargos de importancia: se
produce una crisis económica general en toda España, a lo cual se añade
una sublevación en Andalucía, capitaneada en vano por el duque de Medina
Sidonia en 1641. Esta crisis fuerza a los pintores a volcarse en
mercados alternativos. Aumentan las series para América, lo que provoca
una industrialización de los modelos con mayor intervención del taller;
se fabricaban santos estereotipados casi en serie, con modelos de baja
originalidad e incluso mediocre calidad. Proporcionaban más beneficios,
pero eran más arriesgados. Los conventos americanos sentían verdadero
fervor por lo llegado de España. Los principales destinos donde
encontraremos obra de Zurbarán serán Nueva España, Perú (especialmente
su capital, Lima), Antigua (Guatemala), Buenos Aires (Argentina). Las
series no son sólo religiosas, sino con frecuencia tienen motivos
profanos. Esto se debe a que los clientes no eran sólo conventos sino
también altos funcionarios de colonias, mineros enriquecidos,
comerciantes indianos... Estos clientes piden series de apostolados,
césares, patriarcas, santos fundadores, los infantes de Lara, vírgenes
santas, ángeles, reyes, hombres célebres. No todas las series repiten
los mismos modelos ni constan del mismo número de lienzos, pero poseen
características comunes. Las santas vírgenes
resultaban muy atractivas. Son figuras femeninas representadas en
actitud de marcha, colocadas a lo largo de los muros de la nave del
templo como si fueran una procesión celestial hacia el altar. A veces
giran sus bellos rostros hacia el fiel, con familiaridad o coquetería.
Pueden incluir retratos a lo divino: damas nobles que desean ser
representadas bajo el aspecto de su santa favorita o de aquélla que les
da nombre. Los infantes de Lara, otra serie muy solicitada, son de
temática singular y poco frecuente: trata de la sangrienta leyenda
castellana del asesinato de los siete hijos de don Gonzalo Bustos de Lara,
vengados por su hermano bastardo Mudarra. En 1644 se produce el tercer y
último matrimonio de Zurbarán, con Leonor de Tordera, joven ideal para
cuidar su casa y su patrimonio (ella tenía 28 años, él 46). Al tiempo,
su hijo Juan de Zurbarán se establece como pintor, siguiendo los modelos
de su padre y colaborando con él. Pero un hecho terrible viene a
acentuar la crisis sevillana y la de Zurbarán particularmente: en 1649
se produce una epidemia de peste que redujo la población de Sevilla a la
mitad. En ella murieron casi todos los hijos del pintor, incluido Juan.
Las circunstancias adversas se agravaron por un cambio de estilo
abanderado por Murillo, que había comenzado a acaparar los encargos más
interesantes. Tal vez fuera ésta la razón por la que Zurbarán comienza a
plantearse cambiar su lugar de residencia. De este modo, parece que
entre 1650 y 1652 realiza un viaje a Madrid, no documentado. Lo que sí
es patente es que se produce un cambio de estilo durante este bienio:
gusto por el sfumato, el modelado más blando, la delicadeza... Tal vez
influye el nuevo estilo de jóvenes artistas que triunfan en Sevilla:
Murillo y Herrera el Joven, que representan el Barroco triunfal, exitoso
no sólo en Sevilla sino también en Madrid. Definitivamente el pintor se
traslada a Madrid en 1658 y busca la protección de Velázquez, a cuyo
favor "adorna" la realidad cuando da testimonio sobre el pintor en su
proceso para acceder a la Orden de Santiago. De esta manera, esperaba y
probablemente conseguía que Velázquez le recomendara para posibles
trabajos. Son los últimos años del pintor, llenos de interés. Su estilo
se hace delicado e íntimo, con pincelada blanda y aterciopelada,
colorido luminoso y transparente, centrado en la clientela particular:
temas de devoción privada y cuadros de dimensiones menores.
Los grandes
lienzos que se pagan en Madrid son de mano de Carreño y Rizzi.
De 1658 a 1664, los últimos años de su vida, se muestra la obra más
pura de Zurbarán, sin la intervención de sus oficiales, puesto que no
traslada su taller de Sevilla a Madrid. El 27 de agosto de 1664 muere.
En su testamento se aprecia un nivel medio-alto de vida, posibilitado
por su dedicación al comercio en sedas y adornos para textiles de los
últimos años. Se liquidaron los lienzos que permanecían en su poder, las
casas, etc. Se encontraron 50 estampas en su taller, pero ni un sólo
libro. Sus herederas fueron dos hijas supervivientes. Se le enterró en
el convento de Agustinos Recoletos de Madrid, sito en los terrenos de la
actual Biblioteca Nacional. Los temas que trató a lo largo de su vida
Zurbarán fueron lienzos religiosos oficiales, lienzos de devoción o
profanos para particulares y retratos. Entre las iconografías destacan
sus Inmaculadas Concepciones, una devoción muy defendida en la España del XVII. También las Vírgenes niñas
o dormidas, las Sagradas Familias de la Virgen, poéticas, casi
sentimentales, con visiones de la cotidianeidad de la España del
momento. Otro tema de éxito fueron las imágenes de Jesús, niño o
adolescente, los Crucificados de cuatro clavos y dos tipos: muerto con
la cabeza ladeada, vivo con la cabeza alzada.
Zurbarán sentía a título
personal una gran predilección por los San Franciscos, meditando, rezando, con calaveras o muerto. Este gusto lo comparte con El Greco
y tal vez da una idea del sentimiento vital y espiritual de este pintor
que abarcó gran parte del siglo XVII, mostrando a un tiempo las
dependencias del Barroco respecto a otros estilos anteriores y las
novedades que marcaron su decadencia pasado 1640.
http://www.artehistoria.com/v2/personajes/3810.htm
https://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_de_Zurbar%C3%A1n
https://www.museodelprado.es/aprende/enciclopedia/voz/zurbaran-francisco-de/dbb34f90-243e-4231-b956-afd06a87463c
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